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4/4/12

El paso del tiempo

Es la noche tan fría
que hasta el triste reclamo
de una luz mortecina
concede una mínima tregua
para ahuyentar el negro merodeo
de las sombras que vagan mi calle.
Una anciana mujer
sentada en la enea del tiempo
tararea canciones de inocencia
y convoca una memoria de soles
que calentaron un cuerpo de niña,
mientras sus manos tejen el silencio.
Un río de gente
estancado en la noche modernista.
Un mago desquiciado
que carece de nombre y figura,
imagen de imágenes construida,
va moviendo los hilos
de un corazón tallado en madera,
de una sumisa vida en la penumbra
y de un ardiente sexo de neón.
Los pescadores de agua infecta
lanzan señuelos a la espuma
con ciega paciencia inestable.
Debajo del puente del río
un viejo coche esconde
jirones de un sueño que yace
ahogado en un lecho de barro.
Es tan extraña esta alegria
aún más compleja que las lágrimas.
Como brizna de hierba entre las grietas
que arañan las aceras de mi barrio.
Vereda sin destino descampado,
polilla que aletea en la farola,
desafinaca cuerda sorprendida
por el eco imprevisto de una nota.
A la vera del río,
contemplo las fronteras de mi mundo,
la oxidada alambrada
que protege a las miradas de mi acecho
y las vías de un tren que siempre pasa
y jamás se detiene.
La barrera de un agua descompuesta,
que nunca saciará mi sed,
ni podrá refrescar mi frente ardiente,
me niega el horizonte de otros barrios.
Densa humedad del viento
que se amansa en los surcos
de las huertas cercadas con somieres
y escribe sobre el agua retenida
un listado de arrugas sin destino...
Tan solo es... El paso del tiempo.

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